miércoles, 21 de mayo de 2014

La realidad matadora.

Un beso, una estafa,
un abrazo, la esperanza.
Deseo incontinente,
hechos inexistentes.
¡Dádmelos, dádmelos ya!
La realidad entristece
¿qué nos vale más?
¡Inyectadme morfina!
dejadme soñar...

viernes, 28 de febrero de 2014

Delirios obsesivos y trastornos compulsivos.

''Se me mueven los dientes'' me diagnosticaba. Era un movimiento extraño, complaciente y satisfactorio. El jugar con ellos con mi lengua era adictivo ¿Por qué se me movían tanto?
En ocasiones creía que aquel movimiento era producto de mi inestabilidad, de mi descontrol, y de mis faltas de voluntad para tomar las riendas. ¿Por qué cojones se movían los dientes?
Las muelas me dolían y las encías solían sangrarme, quizá mi limpieza dental no era de lo más adecuada. La gente no quiere dientes manchados. ¿Se me caerán los dientes?
Tampoco estoy seguro de que fueran los colmillos, las paletas, las muelas superiores o inferiores. ¿A dónde irán a parar mis dientes?
A menudo soñaba que me los arrancaba, los extirpaba sin contemplaciones. Adiós, les decía, y de forma grotesca e irascible los extraía con mis propios dedos.

''Se me mueven los dientes'' me recordaba.

jueves, 22 de agosto de 2013

Proyecto 1: Carta suicida.

Apunto he estado de no comenzar con esta labor, pero me parecía inapropiado dejaros (a ti, Johanne, y al resto) sin deciros adiós. Sé que muchos llorarán, si es que aun me recuerdan y siguen escuchando mis grabaciones o deleitándose con mis quejidos operísticos. Pero tú no lo hagas. Sabes que mi camino se ha visto interceptado, quebrado, y me niego a seguir por el nuevo sendero que el Señor pueda tenerme planteado.
Hoy, 20 de agosto del 2013, he decidido abandonar la desdicha que llevo sufriendo desde estos tan largos trece meses, catorce días y creo que cuatro horas. Ya no aguanto más. Las horas son eternas y los paseos interminables. Y en toda esta eternidad me falta mi mayor compañera. Creo que nunca superaré esta falta, esta necesidad, este sinvivir en cada fragmento en los que se descomponen los quehaceres de la rutina humana. Lo necesito.
Era agónico, pero, ahora, no es nada...
¿He olvidado acaso ya cada sonido? ¿Qué clase de gozoso ruido emergía de la cerradura de nuestro primer apartamento al girar la llave a trompicones mientras intentaba abrir la puerta , dificultado por los besos que me dabas? ¿Cómo era el ladrido de Ted? ¿Suave? ¿O era áspero? ¿Cuál de todos los peldaños de madera de la escalera de caracol, esa que tenemos en el salón, era el que crujía? ¿Cómo desafinaba el do central de mi Petrof? ¿Y tu Fender, la misma que te regalé el día que decidimos comprometernos? ¿Y nuestra Maria Callas?
Y lo peor es no haber olvidado el tremendo estruendo, surgido desde las profundidades de la desdicha, el terror, el pánico y el averno, que me arrebató lo más preciado de mis posesiones; mi audición. Sigue sonando en mis pesadillas, ese rugido de dragón, ese grito de gorgona, esa explosión que fragmentó mis tímpanos, convirtiéndolos en los vestigios inutilizables e inservibles que son ahora.
Ay, Joh... ¿cuántas lágrimas has tenido que soportar? Y lo que es peor, ¿cuántos silencios?
Lo primero que vi tras despertarme de aquel breve coma de dos días –ojalá hubiera sido el punto final de mi biografía y no tan solo unos puntos suspensivos, abriéndonos ahorrado este calvario- fue tu cara, dormida e imberbe, sobre mi pecho. Fui incapaz de despertarte, me quedé paralizado, seguía incapacitado por el traumatismo del accidente y quizá, por la reconfortante belleza de tu rostro dormido, o por el efecto de los calmantes y la morfina, caí de nuevo en un profundo sueño reparador. Me encantaría escribir que lo que me despertó de este segundo descanso fue tu voz grave, producto de los numerosos cigarrillos Chesterfield que fumas durante la jornada, los mismos que me encantaba verte fumar mientras yo tocaba en el Petrof. Sin embargo, lo que me trajo de vuelta fue tu agitado zarandear, mientras asustado gesticulabas en exceso con tus labios hacia el exterior de la habitación. Fue entonces cuando la penumbra se adueñó de nuestras vidas. En aquel momento mi corazón dejó de latir, el metafísico, pues el músculo dichoso quiso continuar de forma vigorosa, impidiéndome acabar con mi historia.
Me miro al espejo y siento pena por ti. ¡Cuánta fealdad hay en mi rostro! ¡Qué huraño y agnóstico me he vuelto! Yo que solía ser soñador... Hace varios días que no tomo un baño, y cosa de semanas que no decido arreglar un poco mi aspecto exterior. ¿Se habrá muerto con mi alma? Solías decirme que te encantaba mi forma de escoger cuatro trapos, juntarlos de forma graciosa, juguetona, casual pero a la vez formal. Presumías siempre que íbamos a comer con tus compañeros de trabajo a Casina Di Rose, tras un par de vinos tintos, de lo afortunado que habías sido al encontrar un marido que irradiaba tanta belleza. Ahora me ruegas que me arregle un poco, para salir a tomar aunque sea unas cervezas en el bar cutre de la esquina.
¿Por qué no me has dejado, si ya no soy el mismo? Ya no río, pues odio no oír mi risa. Ya no canto, pues ni sé que nota estoy afinando. Apenas hacemos el amor, pues el no oírte gemir, no poder escuchar nuestras respiraciones entrecortadas, actúa como el mayor anafrodisiaco.
¡Cuantísimo lloré cuando intentamos hacerlo once –o quizá doce- días después de salir del hospital! Me parecía ridículo, pues en mi trastornada mente parecíamos dos integrantes de un filme pornográfico mudo. Recordé los primeros ''vídeos x'' que veía a escondidas para que ninguno de los miembros de mi familia supiera que obscenos asuntos me traía entre las manos. Recuerdo que grité y grité, y te pedí gritar aun más, en un vano y absurdo intento de poder apreciar, aunque fuese, las vibraciones de nuestras voces. No pudimos acabar.
Johanne, tú te mereces algo mejor, y yo...
He conseguido hacerme con tres botes de Largactil de 100 miligramos. No ha sido fácil, pero con dinero todo es posible, y según me he informado, esta cantidad es más que suficiente para la muerte. Aun no he empezado a tomármelas, pues temía que tras su efecto, las palabras no brotaran, y hazme caso que ya de por sí solas no lo están haciendo.
Soy cobarde hasta para efectuar mi muerte. Llevo muchos meses pensando como hacerlo, tanto en los ataques apasionados como en los silencios y petrificantes, siempre cavilando las consecuencias, las ventajas y desventajas. Sé que viviendo en un dúplex que se encuentra en una trigésima cuarta planta, lo más efectivo sería subirme al poyete de nuestra luminosa terraza y saltar al vacío, pero ¿acaso tendría valor como para poder alzar mi pierna derecha, que en esa situación sé perfectamente que no respondería, pues se fijaría al suelo con un violento temblar? ¿Y tendría fuerzas suficientes como para arrojarme al asfalto? Sabemos bien que no. ¿Y cómo ser capaz de presionar con firmeza algún objeto punzante sobre el lugar exacto donde se ubica el recorrido de mis venas, cuando no puedo ni acercarme un cuchillo al dedo? Esta es la única opción posible, ya que no tengo tanta desfachatez como para pedirte dispararme con cualquier revolver a la sien.
Llevamos juntos desde el comienzo. Tuyas fueron las primeras rosas que llenaron los primeros cuartuchos destartalados que servían de mis camerinos, tuyas las primeras congratulaciones y los más sinceros elogios tras mi primer actuación haciendo el papel de Calaf en nuestra obra favorita de Puccini. Decías que tras aquella noche, al final de la ópera, además de vencer y ganar el corazón de la princesa Turandot, también conquisté tu amor. Y aquella noche si que hicimos el amor, Joh... Y el año que le continuó fue maravilloso. Tú viste realizar mis sueños, alcanzar mis metas, imponerme nuevas que siempre había creído inalcanzables. Poco a poco, mi voz fue llenando teatros y teatros, y tú siempre conseguías hacer hueco, para verme siempre desde la butaca número 32, costase lo que constase, ya que sentado en ese número, me viste actuar por primera vez, y ese fue el número de rosas que me regalaste aquella noche. ¿No es cierto que en una ocasión llegaste a arrancar el número del asiento e intercambiarlo por el tuyo, ya que no te había sido posible comprarlo? Siempre te ha encantado encandilarme con esa sangre galán, caballeresca y cortés que corre en ti, con cada gesto que de forma involuntaria realizas, con cada elogio que me profesas... Has logrado que cada día fuera único, y esa magia es la que me mata tan vilmente...
Están empezando a caer algunas gotas. Últimamente no ha parado de llover , lo cual ha aumentado mi ya muy alto nivel de estado depresivo-autodestructivo. Me viene en mente aquel día cuando iba a visitar a mi madre, acercándome a la esquina de la Constitution Square, esa que tiene la escultura en bronce que tanto me gusta, la de silla con pipa y tabaco del cuadro de Van Gogh , cuando empezó a tronar. En un principio tan solo vi una resplandor, no reaccione en absoluto, no con el primero. Al instante que le continuó, comenzó a caer una lluvia muy fina, casi efímera, a la que prosiguió una lluvia torrencial. Tuve que refugiarme bajo la techumbre del primer edificio que vi. Fue en ese momento cuando ya reaccione, y esta vez desmesuradamente. Las lágrimas habían comenzado a aflorar al mismo ritmo de la lluvia. Lloraba, y lloraba más. Cuando la vista captó el transcurso del agua, mi piel sintió el frío de la lluvia y mi nariz olfateó el olor de las calles mojadas, todos mis sentidos fueron consciente del gran vacío que había dejado su amigo, el oído. ¿Cómo podía no oír la perfecta armonía, el perfecto ritmo acelerado de la lluvia torrencial impactando contra el suelo? ¿Cómo podía haber olvidado que acompañado de esa melodía las redes del destino cruzaron nuestros senderos? Apenas había salido del hospital siete u ocho días antes, y aun no había asimilado mi nueva condición de sordo. Después de hora y cuarto, te llamé al móvil, imbécil de mí, comencé a hablar y hablar, tanto como me permitían mis sollozos y mi ansiedad. Esperaba una respuesta, pero obviamente no tenías forma de darme constancia de tus palabras, no a un impedido acústico como yo. Sin embargo llegaste a mí en veintitrés minutos, segundos arriba, segundos abajo.


domingo, 23 de diciembre de 2012

Blanca Navidad.


Me he propuesto formar miembro activo de estas fiestas. ¿Para qué lamentarse por no tener pareja en ellas o por los que, lamentablemente, ya no están con nosotros? ¡Festejemos la alegría de vivir, pues para ello no hace falta motivo alguno! ¡Creamos en Santa Claus como cuando teníamos cinco años, ilusionados por verle! ¡Y que no falte leche y galletas para los Reyes!
Este año será distinto. Después de reflexiones y demostraciones experimentales me he dado cuenta que el dicho ‘’sino puedes vencerlos, únete a ellos’’ tiene razón. Siempre defendí que todas las pequeñas cosas tienen su fuente de alegría si es que sabes buscar en ellas. ¿Por qué no también la Navidad?
Cada año la melancolía y la tristeza eran los regalos de Sus Majestades de Oriente (actualmente sentenciados como gaditanos), pero gracias al carbón acumulado, arrojaré estos sentimientos innecesarios a la hoguera.
Mi propósito para el 2013 será amor y alegría: amor a uno mismo y alegría para los míos y los que no son míos. Se acabó desear novios, dinero y suerte.
¡Gracias por leed mis reflexiones y os deseo unas muy felices Fiestas y un próspero año nuevo!

miércoles, 12 de diciembre de 2012

Mal estudio sobre el amor (I)


Dediquemos unos minutos para pensar en cómo funcionan los sentimientos, la cualidad humana por excelencia.
Si retomamos el comienzo de nuestras vidas, lo lógico sería decir que los primeros sentimientos que tenemos son el miedo y el dolor, producidos durante el parto después de los nueve meses de descanso. Ya desde el primer aliento lloramos, sufrimos, pasamos miedos e inseguridades ante un nuevo mundo. ¿Es esto una breve introducción a lo que nos deparará la vida continuamente? ¿Es una especie de señal de que el ser humano, libre, está predestinado al sufrimiento, al desasosiego y al tormento? ¿Y si es así, al ser libre no debería poder decidir si sufrir o no, si ser penitente o vivir feliz?
Poco a poco vamos creciendo y, a medida que somos algo mayores, vamos cubriéndonos de inseguridades y de complejos. Al principio nuestros miedos duran poco y prácticamente todos se solucionan en los confortables brazos de una madre. Cuando vamos creciendo, esos brazos pierden ese mágico poder, aunque siempre son el lugar al que llorar, retornar y protegerse cuando todo está vacío y destruido.
¿Por qué tenemos que sentirnos? Me encantaría ser un erudito en la materia, saber qué reacciones cerebrales intervienen en ello, cómo funcionan los complejísimos mecanismos mentales, pero no lo soy. Por ello solo puedo hablar desde el punto de vista de un sufridor nato, que también vive intensamente los buenos momentos fugaces.
El otro día leí acerca del amor y su similitud a la adicción con las drogas y dije: ‘’¡Obvio!’’. Pues es cierto, el amor funciona como una droga: te libera de la monotonía, te da cosquillas en la barriga, te nubla la mente afectando a tu concentración, te trastorna los sentidos, te quita el apetito, te alimenta, te amarga. ¿No es el amor una de las mejores drogas con uno de los peores síndromes de abstinencia? En mi caso lo es.
Cuando sentimos el primer amor es cuando se da ese gigantesco paso de niño a hombre. Al descubrir esos sentimientos, y comenzar una excitación y deseo sexual, es cuando se pierde la inocencia infantil. Es justamente ahí cuando comienzan las complicaciones también. El amor es obsesivo, compulsivo y, a veces, destructivo, al igual que puede serlo alguien cuando depende de la heroína.
Todo sentimiento comienza por una pequeña chispa, fugaz y algunas veces pasa desapercibida. Todo gran final tuvo un pequeño principio. ¿En qué momento se origina el amor? Ayer hablaba de eso y creo que es lógico: comienza con unos gustos comunes. Pero es que también empieza por los gustos más dispares y contrapuestos posibles. ¿Dónde puede estar la lógica? Hay chispa en dos personas iguales, pero también la hay en personas totalmente contradictorias.
Y volvamos al pequeño comienzo con tendencia a engrandecerse ¿Quién hace que lo que antes era una leve idea se convierta en una ferviente necesidad? Aquí vuelve la similitud con las drogas. La primera toma de contacto solo es una leve curiosidad con nuevas sensaciones (como al amar) que poco a poco se va volviendo en una necesidad diaria y al estar sin dicha substancia es imposible mantener un poco de cordura.
Los sentimientos me recuerdas al movimiento, pues no son estables, fijos y duraderos, sino que cambian como el mar, se tergiversan, se malinterpretan, se olvidan, se retoman… Como una ola, el pequeño movimiento cerebral llamado ‘’sentimiento x’’ aumenta y acaba abarcando la extensión de lo que llamaremos ‘’almacenaje de diferentes sentimientos’’.
¿Cómo controlar los sentimientos, cómo interpretarlos y poder corregirlos? Si retomamos nuestros orígenes como animales de costumbre se podría decir que podemos aprender mediante la repetición, al igual que aprendemos a tocar una melodía, aprendemos a escribir o a leer. ¿Por qué no se le da tanta importancia a esta asignatura que es el amarse a uno mismo y conocer nuestras capacidades emocionales como se le puede dar a resolver complejísimos problemas matemáticos?
Como animales racionales también podríamos ‘’racionalizar’’ los sentimientos, algo que a primera vista es imposible. Sin embargo en la antigua Gracia se unían los elementos dionisiacos y apolíneos en la magia del teatro. ¿En qué momento se disolvió esa perfecta unión en la que razón y emoción se complementaban y formaban partes de un todo?
Es esta la meta que yo, personalmente me propongo: aprender a no confundir lo que siento y canalizar el dolor, la pasión, el sufrimiento y la alegría en pequeñas dosis, siendo consciente de la similitud que tienen con las drogas y la dependencia que pueden generar, tanto los buenos sentimientos como los malos. Mi meta será ser un poco más racional como ser emocional que soy. ¿Y para los seres racionales? Un poco de emotividad, y de dejarse llevar por los sentimientos para equilibrar la balanza, y no retener todo dentro.
Me gustaría saber vuestra opinión así que en este texto os instaré a comentar. Mil gracias por el tiempo empleado en la reflexión de un día más profundizando en la magia del ser humano.

martes, 11 de diciembre de 2012

¡A dejarse enamorar!


¡Cuánto daño hace una sonrisa fugaz y verdadera, y cuantísimo efecto puede tener!
Cuando de repente en sus ojos ves dos estrellas fugaces, brillantes y potentes, que te dicen ‘’ven y bésame, hazme tuyo’’. Cuando, mágicamente, tu cuerpo se siente poseído por las ganas de ser acariciado, tocado y agarrado por sus manos y sus brazos, que antes eran meras extremidades sin encanto. Cuando todo esto empieza a ocurrir es cuando surgen las primeras chispas vivaces del amor, y las mágicas, coloridas y dulces chispas centelleantes te rodean en tu día a día, cambiándolo todo.
Y ese mundo transfigurado en rosa pastel embadurna la monotonía, convirtiendo el despertarse cada día en una nueva y maravillosa aventura, deseoso de su olor y de su fragancia, impaciente de su presencia y su mirada.
Pero tan pronto se vuelve rosa como se vuelve negro, y todo se torna en dolor y llanto, amargura y traición cuando sus olores huelen a otro y su presencia se turba entre mentiras y engaños.
¿Conclusión? Andar con pies de plomo.
¡Qué coño! ¡A dejarse enamorar!

jueves, 6 de diciembre de 2012

En la cola de la Montaña Rusa.


La soledad congela y deshiela. La soledad te duerme y te impide descansar. Solos en el mundo estamos, sin un lugar al que decir ‘’hogar’’ ni gente a quien poder llamar ‘’familia’’.
En este complejísimo mecanismo llamado vida vamos vagando, buscando acompañantes que rara vez duran, ya que se caracterizan por lo efímeros que son.  Vamos encontrando y sufriendo con cada fallo, aprendiendo al ser maltratados y utilizados, algunos incluso pierden la razón… o la vida.
En esta mareante ruleta, caracterizada por la dicha y el azar, vivimos, o intentamos vivir, si es que esto es vida. Dañados, lamemos nuestras heridas, las curamos, pero antes de cicatrizarlas ya tenemos otras nuevas llagas que cuidar. En la misma piedra caemos tropecientas veces y algunas veces, sabiendo esquivarla, vamos a buscarla.
¿Cuándo dejaremos de estar en este desafortunado torbellino lleno de impedimentos, tragedias y penitencias?
En esta corta aventura vamos albergando recuerdos, coleccionando historias llenas de bipolaridad. Las historias se acumulan, algunas permanecen día a día, mientras que otras aparecen esporádicamente, algunas hieren y matan, otras confortan y dan vida.
¿Qué es vivir? ¿Para qué vivimos? Yo supongo que por esos breves momentos de felicidad verdadera y desbordante. O bien, esperando a que llegue un nuevo amor, una nueva noticia, una nueva rutina, un nuevo baño revitalizador.
Quizá vivimos por miedo a morir. Muertos o vivos, tan solo podemos seguir adelante y actuar, para así dejar de estar siempre esperando.