En
aquella triste sala, vacía y gris, guardaban mis despojos. Todos mis seres
queridos estaban reunidos con las caretas que la muerte, a la entrada, les había
repartido. Sonrisas irónicas durante el funeral y lágrimas furtivas que nada
expresan de los sentimientos que tal vez llegaron a albergar hacia mí.
Esperan,
con llamas en los ojos, para ver mi cuerpo consumido por el fuego, que arrasa
todos los vestigios de mi armadura mortal. Y desean ver mis extremidades aladas
arder, en una mezcla de gore y dolor.
Y yo,
latente, pero vivo, disfruto del teatro creado por Hades, gozando de las altas
temperaturas que mi cuerpo, de Ave Fénix, puede llegar a sobrevivir.
Y yo,
indoloro, insonoro, voy ardiendo, quemando todo recuerdo, abrasando toda
antigua canción, destruyendo las yemas que albergaba mi cuerpo. Poco a poco, la
carne viva, rojiza, se torna negra, chamuscada. Y en unos instantes tan solo
soy polvo.
Observo
la marcha fúnebre desde un plano cenital, desde las alturas donde, cuando
vivía, solía estar. Tan solo espero al momento adecuado para resurgir de mis
cenizas, como tan solo unos pocos podemos hacer. Y, una vez hecho, abriré las
alas, bajo las miradas de los dramáticos invitados asombrados de las llamas causadas
por estas, y volaré, tornando el cielo en un sangriento atardecer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario