martes, 19 de julio de 2011

El secreto del primer viajero.

Y los viajes empezaron aquel día. Era un día brillante, con una temperatura agradable y, sin embargo, no podía dejar de tiritar. También lo veía todo oscuro… solo recordaba la profundidad de esas pupilas diciéndole que nunca más lo volverían a envolver con la magia del amor.

Y comenzó la ruta. Una ruta a ninguna parte, como sus sentimientos, como su vida.

Empezó con la maleta ¿qué podría llevarse a un viaje que no significaba nada?

Decidió llevar una mochila con lo justo y necesario: dinero, ropa interior limpia y unas píldoras para calmarle el dolor.

Cuando tuvo que decidir cual sería su primer destino se derrumbó. Le venían a la mente todos esos lugares que quiso visitar con él y nunca hizo. Tantas promesas que ahora se convertían en cadenas para su alma.

Intentó acabar esta tortura y compró el pasaje para el primer avión que saliera.

Llevaba días sin poder dormir, desde que todo ocurrió no era capaz de cerrar los ojos, con el miedo de verle en sus sueños y de que su mente reproduciera una y otra vez ese intenso dolor que sentía.

En el avión el cansancio se hizo con él, arropándolo con frías y mojadas sábanas, envolviéndolo en el peor sueño de su vida.

De esta forma llegó a un país desértico, triste y vacío, como él. Para hospedarse decidió alquilar una caravana, no sabía cuándo acabaría cediendo al sueño y cuanto menos atado estuviera a un mismo sitio, mejor.

Y cogió la carretera, el conducir le ayudaba, podía olvidar por instantes cuan roto estaba su corazón. Eran carreteras largas, de éstas que se pierden en la frontera.

El paisaje desértico le animaba ¿cómo era posible que hubiera vida en aquellas laderas? Y aún así, la había… quizá pudiera sobrevivir, igual que los pequeños animales del desierto, a esta gran sequía por la que pasaba su vida. La naturaleza era sabía, se recordaba.

Paraba lo mínimo posible: para llenar el depósito y comprar comida. En algunas de estas paradas coincidió con extraños personajes que le daban grandes lecciones.

Poco a poco, los kilómetros limpiaban su alma y las largas noches en vela llorando se menguaban. Pero ni de esta manera conseguía borrar su recuerdo.

Una noche, mientras estacionaba en un paisaje montañoso bañado por las estrellas, llegó a la gran pregunta: ¿y si no debía borrar su recuerdo? ¿y si tan solo tendría que aprender a convivir con ello? Le era más fácil de esta manera.

Fue entonces cuando su viaje cobró sentido. Y así, emprendió rumbo a casa, una casa que se le pintaba más acogedora y añorada.

Ya estaba listo. Listo para afrontar la realidad. Listo para abrirle su corazón a un nuevo viajero.