Las
estrellas y el resto de astros y constelaciones giran a tu alrededor, oh, amada
Reina. Ellas saltan, brillan y bailotean en el negro ocaso, intentando
entretenerle mientras descansa sentada tras la ventana.
El
pueblo la idolatra. Todos buscamos la forma de sacarle una sonrisa con los
fuegos artificiales que cada noche
hacemos estallar para que iluminen de colores el anochecer en su honor. Y todos gritamos: ¡Viva
nuestra Señora! ¡Amada es nuestra Dona!
¿Qué le
ocurre, Diva del Mundo? ¿Quién le arrebató la alegría de vivir y la dejó sumida
en la cárcel de penitencia y dolor en la que ahora, melancólica, se halla?
Las
rosas y lirios adornan su jardín y los conejos y ardillas corretean para el
júbilo de su Majestad. La creación fue tan solo el regalo que Dios, maravillado
al verla, creó inspirado por su bellísima voz y su bel canto.
¿Quién
le ha robado las flores, despojándola del aroma y la fragancia que éstas creaban
para vos? ¿Cuándo volveremos a oír en el palacio los sublimes sonidos de su
cantar y no los despedazadores quejidos de su llorar?
Oh,
Casta Diva, no nos deje caer en la desesperación y libérenos de este profundo pesar que su pueblo sufre al
verla desfallecer.
Oh,
Casta Diva, no cometa la aberración de realizar el mayor atentado que la libertad
divina nos ha otorgado. No abandone su cuerpo… ¡qué éste no sea corrompido por los
gusanos que no merecen tocar su blanca piel!
Despierte,
Princesa de ensueño, y descubra cuan fantástico el mundo es.