sábado, 31 de diciembre de 2011

Dafne, dioses y demás menesteres.

Decías que veías el futuro, que sabías todo lo venidero. Yo te abraza y rogaba que todo siguiera brillante, irradiando más luz que las estrellas.

Dijiste una vez que veías un final, de forma borrosa, una mancha en un paisaje dorado. Un muerto en medio de la pista de baile. Yo lloraba y lloraba, mientras rezaba para que fuera tan solo un sueño, una ilusión, el miedo del tonto enamorado que teme perder su compañero.

Me besabas y vivíamos en un paraíso, una época de esplendor de amor, los amantes de Cupido envidiaban nuestra pasión.

Tanto amor y dicha les dio envidia, dioses engreídos que no podían apartar los ojos de dos personas que vivían la mejor historia de amor que los mitos recordaran.

Llegó aquel baile que tan lejano había quedado… Y en el medio de los acordes mis besos dejaron de fascinarte. Entre melodía y melodía nos fuimos apagando. Todo pasó entre canción y canción. Te fuiste y los dioses ganaron la partida.

Me quedé ciego, dañado por la melancolía de tu pelo y la tristeza del recuerdo de tus ojos. Y caí, y caí. Ese pozo profundo y sin final fue mi hogar, una caída constante en la que la luz no iluminaba mi cuerpo.

Y ahí continuo, bajando y bajando, sumergido, cayendo hacia la profundidad. Perdido entre las profecías del Oráculo, esperando a que mi destino por fin llegue, iluminando de nuevo mi vida, poniendo rumbo a mi camino.

PRINCIPIO.