viernes, 15 de junio de 2012

Fruto marchito.

Busqué bajo piedras, en montañas y ríos. Busqué en los cielos y en los infiernos, pero ni en las delicias del edén ni en los pecados del subsuelo lo hallé.
Busqué y perdí la cordura. Enloquecí con cada búsqueda, cada día mi enajenación aumentaba, deliraba.
Y en mitad de aquella confusión delirante me paré, víctima de mis ilusiones, mis engaños y del cansancio.
Escocían mis entrañas y mis ojos, secos, lágrimas anhelaban.
La causa de aquel sin vivir estaba ahí, destrozando mi espíritu, mi raciocinio y aniquilando mi ser.
Desecho de los sueños por los que luché y cabalgué, me abandoné. Y mi cuerpo, demacrado, el bello abono de mi tierra pasó a ser. Tan solo sobrevivió una parte, mi corazón, delirante, esperando a que algún día lo reanimaran con los jugos de Morfeo y pudiera emprender de nuevo aquel viaje ensoñecedor: la busca de nada, para nada.
Y cuentan que ahí continúo, vacío, podrido, sin ser pero siendo, sin existir pero existiendo, sufriendo, alma errante, juguete de un bebé alado que, tras ser su fiel amante, me abandonó.

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